martes, 15 de noviembre de 2011

Aquella noche que lo conseguimos...

Aquella noche que lo conseguimos, cambió mi vida. No imaginaba que esta búsqueda de fertilidad desencadenara en la muerte.
A las diez de la noche, luego de cenar, Paul y yo agarramos las redes, las linternas, nos abrigamos y salimos, como casi todas las noches desde hace cinco meses. La experiencia en la casa de los vecinos aumentaron nuestras esperanzas de conseguir uno. Aunque Paul tuvo un rasguño, reafirmamos nuestro deseo de tener uno. Nosotros le cortaríamos las uñas.
Comenzamos a caminar en silencio en la osuridad, pero esta vez cambiamos el rumbo. Arnold nos había contado que lo habían encontrado al oeste, no al norte como nosotros pensábamos. Luego de media hora de caminata en silencio escuchamos una especie de gruñido. Alcé la linterna y Paul tiró la red. Sus movimientos eran ágiles y fuertes y casi se nos escapa. Luego de luchar para salirse de las redes comenzó a llorar.
-¡Lo tenemos, Paul!.- grité emocionada.
Hacía años que soñaba con pasar por esta experiencia. Finalmente mis rezos fueron escuchados, e hicieron posible la experiencia de la fertilidad. Ahora sólo faltaba comprobar si el mito acerca de sus dones era real. Caminamos apurados hasta la casa y sorprendidos y fascinados escuchamos por primera vez su voz. Era aguda y chillona.
-Escuchá, Paul, hablá como suponíamos.- dije. El problema era que no conocíamos sus lenguaje.
-¿Qué querrá decirnos?- pregunté – Parece enojado, fijate como gesticula, sus ojos disparan chispas, lástima que no tenemos un sedante.
- En casa creo que hay- contestó Paul.
-¿Cuántos años tendrá? – pregunté yo
-No lo sé, unos cinco años supongo, por el tamaño digo, mide más de un metro.-
- Así parece.-
Pronto llegamos a la casa y fuimos directamente del fondo a la izquierda que estaba condicionado para la llegada del nuestro. Allí habíamos puesto una cama cucheta con unas barras para impedir que se escapara.
-Pobrecito, debe estar hambriento.- dije yo
Fui a la cocina y tomé del mueble de debajo de la mesada el alimento que teníamos preparado para el nuestro. Luego fui al baño en busca de un sedante pero se habían acabado. Volví rápido al cuarto y le puse un plato con comida en la cama.
-Mirá como gruñe, Ana, está furioso.
-Ya se le va a pasar, dicen que es por falta de familiaridad, hasta que se acostumbre.
-No sé- dijo él –mirá como me dejó el abrazo el de Arnold
-Cortémosle las uñas.
-Sí, buena idea.
Paul fue por una tijera y se acercó a la cama, el nuestro lanzó un sonido gutural que nos espantó.
-Decí que vivimos lejos del pueblo, si nos descubren podría llegar a pasar cualquier cosa.- dijo Paul.
Finalmente desistimos de cortarle las uñas.
-Mirá, Ana, su espalda, ¿qué es esa protuberancia.?
-Son alas, Paul.
-No sabía que tenían alas, son pequeñas pero…
Nos quedamos en silencio unos instantes, también él. Miró a los ojos primero a Paul y luego apuntó su cara hacía mí. Lo vimos pararse en dos patas y mostrar sus dientes.
-¿Qué pensás Paul?
-Se ve muy salvaje, agresivo. Nadie nos dijo esto. Tal vez deberíamos soltarlo.
- De ninguna manera, con todo lo que nos costó, y con todo el amor que lo deseamos, no me parece. Esperemos a ver con el tiempo qué pasa.
 Eran las tres de la mañana y decidimos ir a dormir. Unas horas más tarde escuchamos un sonido como si se estuviese asfixiando. Paul se levantó y fue al cuarto, pasaron unos quince minutos y Paul no volvía a la cama. Me levanté y fui a la pieza de nuestra cría. Vi los barrotes de la cama abiertos y a Paul en el suelo, tieso, inmóvil, sin respiración. 

Fernanda Manzanal


No hay comentarios:

Publicar un comentario