martes, 15 de noviembre de 2011

Querida Esperanza


                             Trabajo tanto para no perderte…
Sueño siempre con el mañana que me lleve a tomar buenas resoluciones que me permitan llegar a buenas conclusiones.

                             ¿Seguís verde?, siempre te dibujo y visualizo de ese color.
                               Contame, no seas vaga, escribime, te espero.


                                                                                Tuya siempre.


                                                                                                          Sil.

Silvina Rinaldi

Enero


   Cerquita de Mar del Sur, hay un bosquecito de coníferas que siempre visité, desde niña.
Forma parte de esos lugares que siento que tengo el mapa dibujado en el corazón, tan familiar como el hecho de visitarlo cada año llegando en bicicleta.

   Una mañana de enero, salí temprano a reencontrarme con ese lugar, que muchas veces, durante el año, desde la ciudad , lo recordaba como mi lugar en el mundo.
Caminé, distraída, abstraída, sintiendo el sol sobre mis mejillas, un largo rato…y decidí emprender la retirada, mis amigos estarían esperándome para ir a la playa, pensé.
Giro, tomo el sendero de la derecha y caigo estrepitosamente en un pozo.
Sentí mi caída lenta, de espaldas y me sumergí en las aguas profundas del mar.
Podía respirar y nadar en sus aguas, todo era claro y revelador para mí, no había tiempos ni espacios, todo era un gran todo.
Experimenté la sensación increíble y desconocida de sentirme en libertad, y lo disfruté.
Me encontré con un gran pez, que estuvo dispuesto a llevarme a recorrer las cavernas que el habitaba y acepté. Sentí como crecían escamas en mi piel y supe que me estaba transformando…
Fue sugerente no resistirme a lo inevitable y lo disfruté.
De pronto, me transformé en partícula de viento y volé, tan alto como pude y también lo disfruté.
Sentí que podía manejar la metamorfosis y elegí utilizarla.

…Mientras tanto en ese pequeño pueblo del sur de Bs.As los diarios titulaban:
“Muere joven turista al caer en un pozo del bosque”.

Silvina Rinaldi

Semilla


   Oscuridad, cómplice de lo inimaginable.
Se desvanece la luz y en ella lo tangible, me sumerjo en el agujero sin fin del conejo de Alicia.
Intento agarrarme de sus paredes pero son húmedas y resbaladizas.
Voy desintegrándome de a poco en la velocidad que ejerce la caída.
Me transformo en un punto de nada , planeo, caigo suavemente y llego.
Me hundo en la tierra hecha semilla, confío en el desafío de crecer, siento ser vida incompleta.
Despliego mis fuerzas hacia  afuera , nazco con dolor, emerjo de la tierra al sol sin límites.

Silvina Rinaldi

Entre verdes y amarillos, entre blancos y negros


  Tarde de ajedrez, tablero roto, piezas roídas por el paso del tiempo.
Caballos, reinas, alfiles, torres, reyes y peones, todos en sincronía, danzando en el arte indiscutido del pensar sigilosamente cada movimiento.
  Cuadrícula blanco y negro que atrapa, hipnotiza y por momentos detiene el tiempo.

  Sur de Santa Fe, pueblo con infulas de ciudad…café con leche, medialunas de grasa en el bar del viejo hotel, frente a la plaza.
Desde allí veo cruzar al párroco, con su sotana larga y marrón, con paso firme y enérgico, como transportado por el viento que pega fuerte en este julio invernal.
Irrumpe en el bar, saluda calidamente y se dirige al teléfono público con cabina al final del salón, al pasar observa la jugada, como quien mira una escena ya conocida, respetuoso de la abstracción de los que se perpetuan en el campo de batalla ideando la estrategia para el triunfo.

  Bombachas de campo y alpargatas para Joselo, jeans y deportivas para Cacho, frente a ellos, el tablero, las piezas y el reloj, todos cómplices de las dos horas al menos de comenzada la partida…ritual de sábado, punto de encuentro.
Son tío y sobrino son los Peñalba, nacidos en ese pedazo de cielo en la tierra que es el campo, bendecidos por la riqueza de ese suelo que los cobija desde siempre.
Cacho, el mayor, piel ajada, manos duras, delgadez extrema, “gente de laburo” en su propia autodefinición; el campo es su vida, su lugar, los animales, su desvelo.

  Recuerdo con mis ojos de niña verlo en las parideras, de madrugada, ayudando al nacimiento de los lechoncitos que estaban por llegar. Instalaciones limpias, bien cuidadas, mucho calor proveniente de luces fuertes, y las palabras de Cacho diciendo:
“un parto bien atendido asegura el comienzo de una buena vida”.
No me daban los pies por la mañana para llegar corriendo a observar el milagro, y ver a la cría pequeñita mamando incansablemente de esa chancha gigante, cansada, exhausta.
Lejos de los prejuicios aprendí desde niña que los cerdos son simpáticos e inteligentes, les gusta pasarse el día , comiendo, jugando y tomando sol. Que los asustan los sonidos agudos y que son temerosos frente a los movimientos bruscos.
  Recuerdo a Cacho con botas blancas altas de goma, pisando fuerte, observando cada movimiento, diciéndome que en la primer semana de vida debían estar provistos de mucho calor, que no podíamos descuidar ese detalle.
  Me tomaba de la mano y cruzábamos juntos el campo que unía las parideras con la casa, y allí el paraíso, la mesa con grandes rodajas de pan con manteca y tazones de leche, la cocina económica, siempre encendida, y donde Mary me permitía, con mucho cuidado, alimentarla de marlos.

  Mary, hermana y madre, coordinadora femenina, responsable de todo aquello que la rudeza de los horarios, clima y trabajos no permitían. Comunicadora, facilitadora del diálogo, Mary era la casa, era el calor, era volver del campo sabiendo que estaría el plato caliente, el gusto consentido, la mirada cómplice.

  En el desayuno lo encontraba a Joselo, bajito y taciturno, con boina y echarpe; su día comenzaba a las cuatro de la mañana, en el tractor, recorriendo, la parte del campo amarilla sembrada de girasol. La humedad, el viento, el sol… sus preocupaciones, el abono los fertilizantes, el riego, las plagas…su obsesión. Lo escuchaba hablar de lo aficionada que es esa planta a la luz, del alargamiento de los tallos y de la disminución del tamaño de las hojas.
Una vez finalizado su tazón de leche me invitaba a la fiesta que producía en mi corazón un paseo en el John Deere.

Aprendí que la gente de campo es de pocas palabras pero efectivas.

Me decía: “Nenita: el gorro, los guantes y la bufanda y nos vamos a pasear”
Invitación De honor, tal si fuera la calabaza convertida en carroza de Cenicienta, me subía con la ayuda de sus manos torpes y me quedaba paradita, tiesa, atrás de su asiento, observando desde la altura la majestuosidad del campo florecido hasta el infinito donde se fundía con el cielo y la cañada.

  Vuelvo al viejo hotel, ya no con mis ojos de niña, y los observo a los dos, mezcla de calidez y rudeza. Siguen allí, en su partida, el tiempo no los ha consumido, el campo de batalla, sigue siendo el testigo de su ritual.
Sus vidas se entrelazan entre verdes y amarillos en la semana, y entre blancos y negros los sábados en la ciudad.
  Estamos juntos los tres otra vez, como hace tantos años, respetando los silencios, los tiempos, la partida…
  La sotana marrón del párroco se mueve entre las sillas, sus manos alcanzan mi rostro y me besa.
Me pregunta:
-¿Cómo estás?
Mientras los miro abstraídos a Joselo y a Cacho, como negando la situación, como si la rutina les diera alivio, contesto:
-Triste, con ganas de abrazarlos.
-Va a ser duro para ellos, me dice.
-Claro que si, respondo y pienso en las formas del amor, en lo respetuoso que se puede ser cuando se ama, en las formas de dejar partir.

  Mary se enfermó hace un año atrás, sus hombres la cuidaron, la acompañaron en la lucha del día a día, en el dolor, en el silencio, todo lo que merecía por amar como amó.

En el tablero, un jaque mate, así como en la vida preciso y certero.
Me acerco, nos fundimos en un abrazo interminable los tres, siento la humedad de sus rostros que producen las lágrimas, siento que soy ellos una y mil veces ellos, entre verdes y amarillos, entre blancos y negros, ellos.

Silvina Rinaldi

Viaje


   Abro los ojos lentamente, la luz me lastima, no entiendo donde estoy.
Observo, escucho ruidos extraños, los vuelvo a cerrar. Estoy saliendo de una letanía que no puedo explicar, mis músculos dormidos, paralizados, comienzan a encenderse.
   Vuelvo a abrir los ojos, veo a mi madre llorando a mi padre sorprendido, veo correr gente vestida de blanco, veo que estoy en una cama de hospital.
   Volví, eso es lo que me dicen, volví de un coma profundo, volví a la vida, dicen los que me quieren.
   Hace una semana ya , que volví. Yo siento que nunca me fui, les digo a todos.

   Recuerdo esa mañana en la ducha cuando el agua caliente caía sobre mis hombros, cuando sentía el placer de oler el jabón de glicerina que tanto me gusta, me colgué mirando las gotas de agua que se desvanecían por los azulejos, supe que cambiaban de dirección que en lugar de ir de arriba hacia abajo, ascendían…
   Y allí es donde viajé, a no se donde, allí es donde me diluí, paralelamente a esta realidad comencé a vivir una vida llena de emociones. Me invitaron a volar y volé, me sugirieron nadar y nadé, manejé un micro, escalé una montaña…construí una casa.
Era un lugar de deseos que se podían concretar.

   Todos me escuchan azorados, presiento en sus miradas que les alcanza con verme de regreso, que prefieren pensar que la ciencia hizo el milagro.
Yo sé que no es así., que existe el lugar de la concreción, que existe esta vida y la que paralelamente no nos animamos a vivir.

Silvina Rinaldi

Reencuentro

 El despertador sonó a las seis en punto, Fernando hizo como que no lo escuchó, volvió a sonar seis y diez, ahora si, sabe que se tiene que levantar.
   Ducha, café y a la calle, camina esa media cuadra que tiene hasta la parada del colectivo, se encuentra con Pedro, su vecino, hablan del partido de anoche, sonríe y sigue.
Llega a la parada, hace frío y el colectivo no viene, el ruido del tránsito comienza a incrementarse mientras suceden los minutos, ya son diez y no llega, vuelve a levantar la vista lo divisa a una cuadra y con un movimiento aletargado extiende su mano en señal de stop.
Sube, pide su boleto sabiendo que lo espera media hora de aburrimiento…se estremece, su olfato no lo engaña es el perfume de Julia, su amor…su único amor.
Un torbellino de imágenes invaden su mente, intenta ordenarlas, pero no puede…Julia ya lo había visto, se encuentran en una mirada que parece detener el tiempo. Se dirige hacia ella , está sentada en el quinto asiento del lado de la ventanilla, con voz dulce y firme lo invita a sentarse a su lado. Fernando acepta gustoso.

   Pasó un año desde el último encuentro en ese barcito de mala muerte, mustio y frío donde la confusión de Julia le puso fin a la relación, donde Fernando sintió la herida profunda del que ama y no es correspondido.
Muchas fueron las palabras, largo fue olvidar, duro fue desandar el camino andado para encontrar explicaciones que nunca lo satisficieron.
El perfume envolvente de Julia lo vuelve a traer al quinto asiento del colectivo, allí estaban ellos en este nuevo encuentro.
Julia rompe el silencio con una afirmación.
-Estás más delgado.
-Si, intentando comer sano y jugando al fútbol entre semana, contesta Fernando.
-Y, vos? ¿Cómo anda tu vida?, ¿seguís laburando en el laboratorio?
-Si, no se hasta cuando, a veces quisiera salir corriendo pero…ya sabés necesito de esa estabilidad.

Fernando no puede dejar de mirarla, la ve tan femenina con esa pollera gris que apenas cubre sus rodillas, con el collarcito de perlas y con ese perfume que siempre lo embriagó.
A Julia no le resultó indiferente el reencuentro, pensó que lo tenía superado y se asustó.
Dijo:- Me bajo en la próxima…
Y como todo un caballero Fernando se levantó, le cedió el paso, le devolvió el beso apresurado y la dejó ir.

   Julia se bajó dos paradas antes, tenía ocho cuadras hasta su destino…ocho cuadras llenas de sentimientos encontrados. Fernando había sido muy importante en su vida.Lo reafirmó en ese momento. Lo pensó, lo vió lindo, alegre, despejado…recordó lo bien que la pasaban juntos, sobretodo las tardes de domingo cuando miraban películas, tomaban mate y hacían el amor con la música de Sting de fondo, envuelta en esas dulces imágenes que se sucedían en su mente, siguió caminando con paso enérgico, enderezó la pollera a la cadera, es la que compró la tarde anterior sobre Callao para la cita que tendrá con Juan esa noche.

   Juan…increíble Juan…se cruzó en su vida en el momento menos esperado, Julia lo amó ni bien lo vió, no pudo frenar el sentimiento que le despertó su presencia esa tarde de septiembre que acompañó a Fernando al hospital.
Alto, delgado, con su guardapolvo blanco y arrugado, algo despeinado y con lentes, así es Juan, médico de vocación, por sus venas corre la pasión de aquellos que aman lo que hacen, esa tarde hace más de un año ya, lo atendió a Fernando por una gripe primaveral que lo tenía a mal traer.
Ese fue el primer encuentro, recuerda Julia, insignificante, pero tan trascendental que hizo que su vida diera un giro de 180°. Por primera vez se animó a dejar a Fernando esa relación cómoda, calentita para jugarse por este hombre que apenas conocía.

   Al principio tejieron un historia de amantes, encuentros clandestinos, mucha pasión y piel.
Todo eso era suficiente para Julia, alcanzaba , la llenaba de emoción y admiración en cada uno de los encuentros, no había preguntas, no necesitaban respuestas, solo dar rienda suelta a esa pasión desenfrenada.

   Esa noche, Juan la citó en un bar, el de la esquina de Ayacucho, Julia lo esperó, siempre tenía que esperarlo…
Llega, como un torbellino, se saca la campera , la apoya sobre la silla libre de la mesa, besa a Julia en la frente, mira al mozo y pide:
-Un café por favor, querés otro Julia?
-Si
Vuelve a mirar al mozo y le dice:
-dos por favor, uno más liviano, así le gusta a Julia.
Juan la mira, acaricia el contorno de su rostro y le dice:
-Me voy, gané la beca a Alemania.
Julia lo mira, lágrimas silenciosas comienzan a rodar por sus mejillas.
-¿Cuánto tiempo?, pregunta
-3 años.
Julia lo vuelve a mirar , Juan estaba sin los lentes, entra en su mirada y se da cuenta que ella no está incluida en ese plan.
No se equivoca, apasionadamente Juan comienza a comentarle como habían sucedido las cosas, como se lo habían comunicado, lo feliz que estaba por haber alcanzado ese logro en su carrera…
Julia dejó de escucharlo …ni su amor, ni su entrega alcanzarían para detener a Juan.
Se sintió sola…no lo interrumpió no hizo ninguna pregunta, no quería escuchar la respuesta.
   Sobre su pollera gris, la cartera, siente que su celular vibra…no le importa, pero la curiosidad le gana la pulseada.
Lo saca, lo lee, mensaje de texto de Fernando…te ví muy linda esta mañana….
¿tomamos un café?

Silvina Rinaldi

El mundo de los muñecos

El mundo de los muñecos no es tan simple como parece, algunos muñecos son copados pero otros son infernales. Por ejemplo, una muñeca que ha perdido un ojo, otra que ha perdido el pelo, un muñeco que está pintado con marcador, como si estuviera tatuado; estos seres se resienten y se convierten en monstruos, entes oscuros que intentan todo para que nosotros, los muñecos perfectos decaigamos y suframos un accidente. Los muñecos a los que les falta una pierna o les falta un brazo, odian la belleza.

Fernanda Manzanal

Aquella noche que lo conseguimos...

Aquella noche que lo conseguimos, cambió mi vida. No imaginaba que esta búsqueda de fertilidad desencadenara en la muerte.
A las diez de la noche, luego de cenar, Paul y yo agarramos las redes, las linternas, nos abrigamos y salimos, como casi todas las noches desde hace cinco meses. La experiencia en la casa de los vecinos aumentaron nuestras esperanzas de conseguir uno. Aunque Paul tuvo un rasguño, reafirmamos nuestro deseo de tener uno. Nosotros le cortaríamos las uñas.
Comenzamos a caminar en silencio en la osuridad, pero esta vez cambiamos el rumbo. Arnold nos había contado que lo habían encontrado al oeste, no al norte como nosotros pensábamos. Luego de media hora de caminata en silencio escuchamos una especie de gruñido. Alcé la linterna y Paul tiró la red. Sus movimientos eran ágiles y fuertes y casi se nos escapa. Luego de luchar para salirse de las redes comenzó a llorar.
-¡Lo tenemos, Paul!.- grité emocionada.
Hacía años que soñaba con pasar por esta experiencia. Finalmente mis rezos fueron escuchados, e hicieron posible la experiencia de la fertilidad. Ahora sólo faltaba comprobar si el mito acerca de sus dones era real. Caminamos apurados hasta la casa y sorprendidos y fascinados escuchamos por primera vez su voz. Era aguda y chillona.
-Escuchá, Paul, hablá como suponíamos.- dije. El problema era que no conocíamos sus lenguaje.
-¿Qué querrá decirnos?- pregunté – Parece enojado, fijate como gesticula, sus ojos disparan chispas, lástima que no tenemos un sedante.
- En casa creo que hay- contestó Paul.
-¿Cuántos años tendrá? – pregunté yo
-No lo sé, unos cinco años supongo, por el tamaño digo, mide más de un metro.-
- Así parece.-
Pronto llegamos a la casa y fuimos directamente del fondo a la izquierda que estaba condicionado para la llegada del nuestro. Allí habíamos puesto una cama cucheta con unas barras para impedir que se escapara.
-Pobrecito, debe estar hambriento.- dije yo
Fui a la cocina y tomé del mueble de debajo de la mesada el alimento que teníamos preparado para el nuestro. Luego fui al baño en busca de un sedante pero se habían acabado. Volví rápido al cuarto y le puse un plato con comida en la cama.
-Mirá como gruñe, Ana, está furioso.
-Ya se le va a pasar, dicen que es por falta de familiaridad, hasta que se acostumbre.
-No sé- dijo él –mirá como me dejó el abrazo el de Arnold
-Cortémosle las uñas.
-Sí, buena idea.
Paul fue por una tijera y se acercó a la cama, el nuestro lanzó un sonido gutural que nos espantó.
-Decí que vivimos lejos del pueblo, si nos descubren podría llegar a pasar cualquier cosa.- dijo Paul.
Finalmente desistimos de cortarle las uñas.
-Mirá, Ana, su espalda, ¿qué es esa protuberancia.?
-Son alas, Paul.
-No sabía que tenían alas, son pequeñas pero…
Nos quedamos en silencio unos instantes, también él. Miró a los ojos primero a Paul y luego apuntó su cara hacía mí. Lo vimos pararse en dos patas y mostrar sus dientes.
-¿Qué pensás Paul?
-Se ve muy salvaje, agresivo. Nadie nos dijo esto. Tal vez deberíamos soltarlo.
- De ninguna manera, con todo lo que nos costó, y con todo el amor que lo deseamos, no me parece. Esperemos a ver con el tiempo qué pasa.
 Eran las tres de la mañana y decidimos ir a dormir. Unas horas más tarde escuchamos un sonido como si se estuviese asfixiando. Paul se levantó y fue al cuarto, pasaron unos quince minutos y Paul no volvía a la cama. Me levanté y fui a la pieza de nuestra cría. Vi los barrotes de la cama abiertos y a Paul en el suelo, tieso, inmóvil, sin respiración. 

Fernanda Manzanal


Te doy mi presente por tu futuro

Una noche sin luna, Miguel, viejo anticuario de San Telmo, me llamó para que asistiera urgente al local. Con curiosidad asistí a su llamado. Al llegar me habló de sus amigos científicos que aparentemente pertenecían a una sociedad secreta. Le pidieron que guardara en su depósito una máquina del tiempo. Incrédula sonreí y Miguel me llevó al depósito. Al entrar me encontré con una esfera de aproximadamente un metro ochenta de altura y blanca. Se abría en dos partes, y adentro tenía un sillón de cuero negro, las paredes interiores estaban cubiertas de cables y chips. Miguel me preguntó si quería viajar y yo accedí.
Entré y Miguel cerró la puerta. Encontré una pantalla con números para marcar la fecha a la cual quisiera dirigirme. Como siempre me gustaron las vanguardias, y especialmente los surrealistas, elegí el período de entreguerras, pero estaba nerviosa y el pulso me falló y anoté 1935. Presioné el botón y sentí un temblor que duró unos tres minutos. Cuando la esfera se aquietó, abrí la puerta. Estaba en un jardín, era también de noche, caminé unos pasos y me crucé con una joven pareja que hablaba en francés, supuse que estaba en París. Comencé a caminar y pregunté por el bar “Le chat noir”, y me indicaron el camino. Fascinada me dirigí al encuentro con Breton, Buñuel, Artaud y el resto de los surrealistas. Al abrir la puerta del bar, creció mi fascinación. Las mujeres estaban peinadas a la garzón, llevaban los vestidos largos y escotados, y fumaban con boquillas. Pregunté si habían visto a algunos de los surrealistas, y me dijeron que no.
En ese momento vi en un rincón, en una mesa solitaria, a un hombre lánguido, buen mozo y morocho, tomando un trago. Era Lorca. Mi corazón comenzó a latir fuerte. Me acerqué a él y le dije cuánto lo admiraba. Le pregunté si podía sentarme con él, él asintió. Le conté como su poesía había cambiado mi vida. –Es gracias a usted que yo escribo- le dije. Él sonrió y me agradeció el cumplido. Pero noté que parecía abatido. Luego de charlar un rato, me animé y le pregunté si podía ayudarlo. Me contó que deseaba volver a España pero la policía lo tenía en la mira. “Lorca es un poeta único” pensé, y tenerlo en frente mío me daba pena y ternura. Se veía tan frágil. Yo no quería que muriera. Le conté de la máquina del tiempo y por supuesto me miró como si estuviera loca. Finalmente, aunque con escepticismo, lo convencí de que me acompañara.
Al llegar le propuse que viajara. Sabía que si él se iba la máquina podría desaparecer y yo quedaría en el pasado. No me importó. Lo vi entrar a la esfera, vi como la misma temblaba para luego desaparecer. Satisfecha volví a “Le chat noir.”

La puerta


El 20 de abril de 2007 asistí al teatro con Carlos, mi marido, a ver una obra llamada “La puerta”. La obra contaba que en realidad no hay una dimensión única, sino que todos vivimos vidas diferentes en universos paralelos. La obra me impresionó. Cuando el teatro quedó vacío, mientras Carlos salía del salón, subí al escenario y abrí la puerta del decorado que usaban para trasladarse a otros mundos. Pasé por la puerta y noté algo diferente, me vi a mí misma en el teatro pero ya no era bióloga sino que era una actriz. No estaba casada con Carlos, en su lugar tenía un romance con un joven llamado Juan. En lugar de la cola de caballo que uso siempre como peinado, llevaba el pelo suelto; mi rostro estaba pintado y mis ropas eran coloridas, mi remera escotada, mi pollera corta, y llevaba tacos altos. En lugar de ser retraída y medida, llevaba un vaso de whisky en la mano y reía con desparpajo. A diferencia de mi relación contenida con Carlos, agarraba a Juan frente a todos mis amigos y lo besaba como si fuera la última vez. Inquieta, volví a abrir la puerta para regresar a mi universo, pero al verlo a Carlo tan serio, recriminándome que hacía media hora que me esperaba, volví a cruzar la puerta. Esta vez ya no era ni bióloga ni actriz, era madre de mellizos, y como yo quería ser actriz, salí y entré nuevamente. Ahora era enfermera, eso no me gustó mucho. Comprendí que por más que entrara nuevamente, jamás volvería a encontrar mi vida de actriz, así que resignada, sabiendo que cada vez sería algo distinto, abrí la puerta para volver a ver la cara larga de Carlos. 

Fernanda Manzanal

La vecina


La vecina

Paula dormía profundamente. Al despertarse se miró la panza horrorizada. Era descomunal, tenía una raya vertical que dividía en dos su vientre. Esa panza la había visto antes…¡sí, era la panza de Andrea, su vecina!
La volvió a mirar con la esperanza de que desapareciera pero seguía aun allí. Luego se miró las piernas, tampoco eran sus piernas, eran rollizas y rosadas. Buscó un espejo, su pelo se había vuelto rojizo y largo. Su cuerpo redondo. Se había convertido en su vecina. Fue corriendo al placard para vestirse pero su ropa ya no le entraba. Así como estaba, en camisón, salió de su departamento y se dirigió al de al lado. Toco el timbre, Andrea no quería abrir la puerta. Paula insistió hasta que su vecina le abrió. Horrorizada Paula descubrió que su vecina ya no era más su vecina; ahora su cuerpo era el de Paula. 

Fernanda Manzanal